Me quedo a solas con mi pensamiento y no encuentro respuestas. Ni estímulos externos. Pienso en crearme una nueva mitología y me siento más solo todavía.
(...)
E. me invita –me incita, casi– a unirme a su cruzada por los derechos humanos. Pero hay sólo dos que yo podría defender: el derecho a la duda y el derecho a la contradicción. Me siento humano sólo cuando puedo gozar de ellos; no puedo pensarme si no es a través de la duda y de la contradicción.
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