18 abr 2007

Random La Doncella de Orleáns

La Firma de Juana.


¿Inés Sorel, la manceba, es algo de Julian Sorel de Le Rouge et le Noir de Stendhal? Recordar el título del capitulo diecinueve, tan a fin a Pablo: “Pensar hace sufrir”. Y: “Es cierto que había leído que la proximidad de la muerte desinteresa de todo.” (274)

“A mi entender, un amor fiel ayuda a soportar las más graves penas.” (Tibaldo - I, Prólogo)

“Aléjate de este árbol, renuncia a tu amor por la soledad, cesa de escarbar la tierra a media noche, en busca de raíces... déjate de componer brebajes, y de trazar signos misteriosos sobre la mesa. Los malos espíritus viven junto a la superficie de la tierra, siempre alerta, y con el oido pegado al suelo. En cuanto se escarba un poco, lo oyen en seguida. Consiente en no quedarte sola; mira que en la soledad tentó Satanás al mismo Dios del cielo.” (Tibaldo - II, Prólogo)

“Como en el verano el espeso enjambre de abejas en torno de la colmena, como nubes de langostas que oscurecen el sol y cubren la campiña por millares, se arroja a las llanuras de Orleáns confusa bandada de pueblos diversos, y suena en el campamento una mezcla ininteligible de todas las lenguas.” (Bertrán – III, Prólogo)

“Como se estrechan las ovejas, tímidas y recelosas al aullido del lobo, los franceses, olvidados de su antigua gloria, se apresuran a refugiarse en sus fortalezas.” (Bertrán – III, Prólogo)

“Blanca paloma alzará el vuelo, y como el águila audaz caerá sobre los buitres que despedazan la patria.” (Juana - III, Prólogo)

“¡Adiós, montañas; adiós, pastos, y vosotros tranquilos valles, adiós! Ya nunca más hollará Juana vuestros senderos, Juana os dirige su eterno adiós. ¡Prados que yo regaba, árboles que planté, seguid reverdeciendo! ¡adiós, grutas sonoras y frescos manantiales! ¡Eco, dulce voz de este valle, que tantas veces respondiste a mis cantos, Juana se aleja... para siempre!
“Para siempre os dejo, ¡oh lugares, que fuisteis testigos de mis inocentes dichas! Id y
dispersaos por la llanura, ovejas mías; dispersaos, abandonados rebaños; otros rebaños
me reclaman ahora, y es fuerza que los conduzca a través de los ensangrentados campos
del peligro. Tal es la orden del Espíritu que me llama; no me atrae la vanidad, no obedezco a terreno afecto.
“El Dios que se apareció a Moisés en las cimas del Horeb y en la zarza ardiendo para
mandarle que resistiera a Faraón; el Dios que supo armar en su defensa a un niño, al pastor Isaías, y se mostró siempre propicío a los pastores, este fue quien me habló también bajo la copa de este árbol, y me dijo: “Ve a dar testimonio de mí en la tierra. Revestirás tus miembros de metal, y cubrirás de acero tu delicado pecho. Jamás arderá en tu pecho la llama del amor humano, ni avivará en ti ilícitos deseos, mas yo te haré ilustre en la guerra entre las demás mujeres. Cuando los más valientes flaquean y van a consumarse los destinos de Francia, pongo en tus manos mi oriflama. Como el segador las mieses, aterrarás a los vencedores y detendrás a la victoria; que te sus cité para salvar a esta nación, para que libertes a Reims y corones a tu Rey.”
“Dios me debía una prenda de su predilección, y me envía este yelmo que comunica a mi cuerpo fuerza sobrenatural, e infunde en mis venas el fuego sagrado de los ángeles. Siento que me impele, que me arrebata al combate con la impetuosidad del torbellino. ¡A las armas! ¡El corcel se encabrita!... ¡resuena el clarín!” (Juana - IV, Prólogo)

“Ensillemos nuestros caballos de batalla. Vibre el sol sus rayos sobre nuestras corazas, tengamos por dosel las nubes, por almohada las piedras.” (Inés – IV, Acto I)

“Juana es mi nombre, venerable señor. Nací en tierra de mi Rey, en Domremy, diócesis de Toul. Soy la humilde hija de un humilde pastor, y pasé la infancia guardando los ganados de mi padre. Oía sin embargo hablar mucho de un pueblo de isleños, venidos a través del Océano, para esclavizarnos e imponernos por la fuerza un rey extranjero que Francia no quería. Oí decir también, que la gran ciudad de París estaba ya en poder de ese pueblo, que iba a conquistar el reino entero. Yo rogaba a María, madre de Dios, que alejara de nosotros el oprobio de la esclavitud y nos conservara nuestro Rey. A la entrada de mi pueblo natal hay una imagen de la Virgen, muy visitada por gran número
de peregrinos, y junto a ella una vieja encina, famosa por sus milagros. A su sombra solía apacentar mis ganados, y me sentía atraída hacia aquel lugar. Cuando perdía en la montaña uno de mis corderos, bastaba que me hubiese dormido a la sombra de la encina, para que le encontrara en seguida. Y ocurrió que una noche sentada debajo de aquel árbol, con piadoso recogimiento, y esforzándome en vencer el sueño, se me apareció de repente la Virgen María, llevando en una mano una espada, y en la otra un estandarte, pero vestida, como yo, de simple pastora, y dijo: “Soy yo, Juana, levántate y deja tus rebaños, que Dios te impone otros deberes. To ma ese estandarte, ciñe esa espada, extermina a los enemigos de mi pueblo, conduce a Reims al hijo de tu Rey y coloca en su cabeza la corona real.” Y yo le dije: “Pero ¿cómo voy a hacerlo, si soy una débil mujer, ignorante del arte de la guerra?” Y ella me dijo: “Nada es imposible a la casta virgen que sabe resistir al amor terreno; toma ejemplo de mí, que soy también una simple virgen como tú y di a luz a Dios Nuestro Señor y participo de la divinidad.” Diciendo esto, tocó mis párpados, y vi cubrirse de ángeles el cielo, y llevaban en las manos flores de lis, y al son de melodiosa música se esparcieron por los aires. Por tres noches consecutivas la bienaventurada María se me apareció así y me dijo: “Juana, levántate, que el Señor te llama a otros deberes. Y cuando llegó la tercera noche, su mirada era severa, y me reprendió diciendo: “El deber primero de la mujer en la tierra es la obediencia, y la resignación su ley, porque obedeciendo se purifica. Quien habrá obedecido en la tierra, será grande en el cielo.” Diciendo esto se despojó de sus vestiduras; y ví a la Reina del cielo en todo el esplendor de su gloria, y lentamente envuelta en nubes de oro, fue arrebatada a la celestial región de los éxtasis, donde desapareció.” (Juana – X, Acto I)

El rey es un delfín.

Juana al Rey Carlos: “Detente, noble delfín.” (X, Acto I) y “…el Hijo de María no creó para vosotros la hermosa Francia, sino para Carlos; mi señor delfín…” (XI, Acto I)

“¡Lejos de mi ánimo el deseo de firmar la paz con el delfín!” (Felipe - II, Acto II)

“¡Oh nueva edad de oro de la paz, fundada por una furia!” (Lionel – II, Acto II)

“¡Ah!... vosotros ignoráis, ¡almas flacas! de qué es capaz una madre irritada, ulcerada. Yo amo a quien me hace algún bien y odio a quien me ultraja. Precisamente porque es mi hijo y le llevé en mi seno, es más merecedor de mi odio. La vida que le di, esta vida quiero arrebatarle, si osa, temerario, desgarrar con mano impía las entrañas donde fue concebido. ¿Qué pretexto, qué derecho tenéis vosotros para despojarle, vosotros que os armáis contra él? ¿Qué crimen le echáis encara? ¿Qué ley quebrantó contra vosotros? Os incita la ambición, os incita la baja envidia. Sólo yo tengo derecho a odiarle, porque yo, yo le di la vida.” y “No hay como los franceses para galanterías.” (Isabel – II, Acto II)

“¡Huir a la vista de aquellos zorros, de los franceses que derrotamos en cien batallas! ¿Quién es esta mujer invencible, diosa del terror, que así muda de golpe la fortuna y convierte en leones el tímido ejército de cobardes gamos?” (Talbot - V, Acto II)

“Caíste en manos de la doncella, manos terribles de las que no puedes redimirte ni salvarte. Si hubieras caído en poder del cocodrilo, en las garras del tigre, si hubieras robado a la leona sus cachorros, tal vez aún podrías implorar misericordia, mas encontrarse con la doncella, es encontrarse con la muerte.” y “No invoques mi sexo; no me llames mujer. Como el espíritu inmaterial, sin lazo alguno con la tierra, no tengo sexo; bajo esta armadura no late un corazón.” (Juana – VII, Acto II)

“¡Cómo intentas fascinar a tus víctimas, sirena, con el hechizo de tu habla melosa! Mas conmigo pierdes el tiempo en vanas artimañas. Nada puede en mi oído tu mágico lenguaje, y se embotan en mi armadura los rayos de tus ojos. ¡En guardia, Dunois! Luchemos a estocadas y no con inútiles frases.” y “Siento que mi oído es más débil que mi brazo.” (Felipe – X, Acto II)

“Es mi voz la del trueno.” (Juana - X, Acto II)

“¿Lloras, Inés? También yo siento enternecerse mi ánimo en tan solemne momento. ¡Cuántas víctimas debían perecer antes que se firmaran las paces! ¡No hay tormenta
que al fin no calme, ni noche tenebrosa que no disipe el día! ¡Con el tiempo maduran
a su vez los más tardíos frutos!” (Carlos – II, Acto III)

“Y yo entre tanto, yo, autora de esta gloria, permanezco ajena a la dicha universal. Y mi corazón transformado, huye la pompa y vuela al campamento inglés... Allá, hacia el enemigo tiendo la mirada... forzada a alejarme del regocijo para ocultar la falta que me abruma... ¿A quién? ¿A mí?... ¿Yo llevo impresa en mi pecho virginal la imagen de un hombre? ¿Aquel corazón que iluminó un rayo del cielo, late a impulsos del amor humano?... ¡Sí, yo, el ángel salvador, yo el brazo del Altísimo, ardo en amor por el enemigo de mi patria! ¡Y lo confieso a la luz del día, y no muero de vergüenza!” (Juana – I, Acto IV)

“No puedo seguir aquí... ¡Los ángeles me rechazan!... Para mí retumban como el trueno las dulces voces del órgano, las naves de la iglesia me abruman... necesito aire, espacio, libertad! (…)Lejos están de mí, muy lejos como los felices días de mi infancia y mi inocencia.” y “Cuando apacentaba mis ganados en nuestras montañas, entonces
era dichosa como si estuviera en el paraíso.” (Juana - IX, Acto IV)

“¿Dónde estuve? Decídmelo... Todo eso no fue más que un prolongado sueño del que despierto ahora... ¿Abandoné nunca Domremy? No; me dormí a la sombra del árbol encantado, y ahora despierto y me hallo entre vosotros, mis queridos y familiares compañeros. Reyes, batallas, guerras... sueños, visiones que pasaron por delante de mis ojos... Bajo el árbol... se sueñan tales cosas que parecen verdad. ¿Cómo habéis venido a Reims? ¿Cómo me hallo yo misma aquí? Jamás, jamás salí de Domremy... confesadlo francamente... devolved la alegría a mi corazón.” (Juana - IX, Acto IV)

“¡Terrible tempestad!... El cielo amenaza fundirse en agua... negro como boca de lobo, en mitad del día... ¡Si parece que anda suelto el infierno!... Treme la tierra, los fresnos centenarios crujen con espantoso estrépito, abatidos por el viento... Y tan horrible guerra que doma a las mismas bestias feroces, y las fuerza a ocultarse en sus madrigueras, no será bastante a traer la paz entre los hombres.” (El Carbonero – I, Acto V)

“…En tales tiempos vivimos, que hasta las mujeres deben ponerse la coraza.” (La Mujer del Carbonero – II, Acto V)

“Conozco las plantas y las raíces. En otro tiempo aprendí de las ovejas a distinguir la planta salutífera de la venenosa. Sé leer en las estrellas y en las nubes, y entiendo lo que dice el rumor de ocultos manantiales. Poco necesita la criatura, y la naturaleza encierra tesoros de vida.” (Juana – IV, Acto V)

“¡Cómo! ¿Tiene alas esta mujer?” (El Soldado – XII, Acto V)

“Todo acabó. Estáis viendo morir a un ángel.” (Felipe – XIV, Acto V)

“¿Veis allá arriba el arco-iris? El cielo abre sus puertas de oro. Ella está resplandeciente en medio de sus coros de ángeles, con el eterno Hijo en la falda, y extendiendo sonriente hacia mí sus brazos. ¿Qué siento, Dios.mío?... Ligeras nubes me levantan y se convierte en alas mi grave armadura... Se hunde la tierra a mis plantas... ¡En lo alto!... ¡en lo alto!... ¡Breve es el dolor; eterna la dicha! (La bandera se desliza de sus manos. JUANA cae muerta. Los presentes la rodean con muda emoción. A una seña del Rey, cubren cuidadosamente su cuerpo con los estandartes.)” (Juana en el fin – XIV, Acto V)

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