4 mar 2007

Binarios

La certeza, C., de estar escribiendo estas palabras - y perdón por la imperdonable demora - me permite desarmar las preguntas tontas: nada hay de tonto en nuestras vidas. O mejor: nuestras almas pueden con esas tonterias: alquimizamos aquello que los demás creen banal. Rescato las emociones silenciosas que suelen atravesarnos en días fríos de otoño en verano como éste de hoy: domingo irresuelto sobre las calendas de marzo. Se vienen los idus, C., y no quiero estar desprevenido. Como la inefable Estuardo desgranando sus días en las torres de concreto: su reino, una nuez - nosotros demoramos los días y dejamos que el tiempo gotee como un aceite rancio (imagen repugnante -- tropo perdido, nada interesante, no? --- uruguaya la imagen, casi). No creo que podamos vernos en los días que advienen (me gustan algunos verbos que traen en sí las festividades del cristiano calendario: adviento, hoy). Cuaresma es el tiempo y el estallido de los idus de marzo sobre las certezas de la cruz arrastran tiempos oscuros: no podemos, no debemos creer en esto. Mejor permitirse un par de pensamientos binarios y refugiarse en lo que nos pasa, C. Yo tengo el yo un tanto apaleado en estas fechas: el recuerdo de Marina me hostiga desde el mar y la montaña. Tal vez sepas de ella, tal vez la recuerdes, tal vez la conozcas, la hayas nombrado, la hayas oído nombrar. No decido releer lo escrito, creo que estas palabras son obra de mi propia perturbación y que no hay en ellas el más ligero atisbo de sanidad mental: luz clara sobre los hechos: sombras nada más (dicen los boleros). Cancionistas felices aquellos que pueden demorarse en las emociones de los otros para poder buscar el sustento. Nosotros, C., escribimos esas canciones: otros las cantarán. Me llamo a silencio mejor o sigo produciendo este texto que parece no terminar nunca. ¿Cuántas veces hablé de demorar en esta carta? El verbo se presenta en mí cada vez que no sé cómo seguir escribiendo. Tampoco sé para qué escribo.

P.

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