Paseo con Berta por Plaza Irlanda en plena madrugada. La correa se suelta y ella me mira como preguntando qué debe hacer. Es la primera vez que esta desatada en plena calle. Es libre y observa a mí y a todo con un leve desconsuelo, una incertidumbre suma. Le sonrío mientras me siento en uno de esos sucios bancos de pintura descascarada y temple orgulloso y cansado. Berta mueve la cola, gira sobre sí misma y se acuesta a mi lado. Sospecho que desconozco el significado de la palabra libertad y que este animal me guarda mas cariño del habitual.
El aroma del café me recuerda a Don Carlos. Abro el libro al azar y me hallo en la escena VII del acto cuarto. Dice el Rey: “¿Cómo puede mentir la naturaleza con tanta verdad? ¡Esos ojos azules son míos, no hay duda! ¿No me hallo a mí mismo en cada uno de esos rasgos? Hija de mi amor, sí, tú lo eres. Te oprimo contra mi corazón…”. Y: “¡Fuera! ¡Fuera! Me hundo en ese abismo.”
Breve viaje en barco. Se me antojan familiares las nubes que cruzan el mediterráneo.
Lejos de mis libros las cosas se revelan incomprensibles y lejanas, ajenas.
Desembarco en Atenas. Desconozco el motivo por el cual todo aquí me recuerda a Goethe. Como si él fuese griego.
Viaje en auto. Los pinos se bambolean adustos y elegantes como si se mirasen al espejo.
Breve paso por Leipzig. Una joven de gafas y cintura ceñida se muestra idéntica a Marina. Me refugio en pensamientos banales: Tengo hambre.
Ahora en Frankfurt continúo preso del Friedrich. El cielo de Alemania se revela a veces magnánimo, a veces desolado y sin gracia.
Desconfiar del paisaje. Tell: “Nada hay firme sobre la tierra.”
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