18 mar 2007

"Yo quiero ser un Moor!"

... fue lo que sentí aquella noche de mayo de 1962, poco tiempo después de haber cumplido mis primeros diez años. Dos días antes de mi cumpleaños había visto un afiche enorme en la esquina de casa: un león invitaba a acercarse o huir y ese león me recordó un deseo - tener un castillo con dos leones, no porque me interesen los leones pero sí para confirmar que lo que deseaba lo conseguí -. Sabía que aquel león era el primero de los dos que necesitaba tener. La obra se llamaba Los bandidos, y la unión de aquel título con aquella imagen (mi primer león) hicieron que decidiese dejar para otra ocasión la bicicleta y transformase de esta forma mi pedido:"Quiero ver Los bandidos, la obra del león que dan en el Independencia." Y así fue: el 11 de mayo de 1962, mi padre me llevó al teatro y era otro el león que te recibía, enorme, de fauces más abiertas, en las puertas de vidrio del Independencia (así, entonces, mi deseo cumplido). La sala estaba llena y los ruidos se fueron apagando mientras las luces dejaban de mostrar el telón lleno de publicidades que enmarcaba el escenario. Poco tiempo antes de que las luces bajasen, mis ojos intentaban unir las letras de todos aquellos avisos para formar el nombre del hombre que había traído los leones al barrio: Federico Schiller. Sabía que si lograba formar el nombre antes que las luces se apagasen, todo aquello sería mío para siempre. Y así fue. Ni bien rescaté la "r" que cerraba el apellido del aviso de "Casa Alberto: donde siempre se da vuelto", las luces comenzaron a bajar y fue el gran Murúa el que apareció detras de los avisos, sus ojos afiebrados y doloridos frente a las malas noticias de su hijo Karl. Cuánto dolor en el señor Moor. Todavía sigo viendo sus lágrimas cada vez que lloro. Supe aquella noche que Federico Schiller no sólo me había regalado los leones sino que también había transformado mi vida para siempre.

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